
Estaba próxima la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y haciendo un látigo de cuerdas arrojó a todos del Templo, con las ovejas y los bueyes; tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas. Y dijo a los que vendían palomas: Quitad esto de aquí, no hagáis de la casa de mi Padre un mercado. (Juan 2, 13-16)
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Jesucristo acude al Templo como quien es: el Hijo Unigénito, que debe velar por el decoro y honor debidos a la Casa de su Padre. Y desde entonces Jesús, el Ungido de Dios, comienza siempre por reformar los abusos y purificar el pecado; tanto cuando visita a su Iglesia, como cuando visita al alma cristiana.
(Pintura: Purificación del Templo. BASANO, Jacopo. Galería Nacional de Londres)