
Objetivo:
Conocer las perfecciones de Dios y Tener fe en los misterios de Dios aunque no los comprendamos.
¿Cómo es Dios? Dios es espíritu purísimo, no tiene cuerpo como nosotros. Es infinitamente perfecto, sabio, misericordioso, poderoso, eterno, creador y Señor de todas las cosas, que premia a los buenos y castiga a los malos. Dios es infinitamente sabio porque todo lo sabe con suma perfección, hasta las cosas más ocultas y misteriosas.
Dios es infinitamente poderoso. El ha hecho el Cielo, la tierra, las plantas, los animales, el hombre. Todo lo creó de la nada, para su gloria y bien de las criaturas. Dios es eterno, no tuvo principio ni tiene fin.
Dios es omnipresente. Quiere decir que Dios está presente en todas partes. Dios lo ve todo, hasta los más ocultos pensamientos.
Dios está de una manera especial en el Cielo y en la Eucaristía. Y también está en nuestras almas cuando estamos en gracia.
Ahora bien, los dogmas que la religión nos enseña son verdades llenas de profundos misterios, que la inteligencia humana a veces no puede comprender, como lo son el augusto misterio de la Santísima Trinidad, la encarnación del Hijo de Dios, el dulce misterio de la Eucaristía, el misterio de la redención, etc. Pero estos divinos misterios debemos creerlos porque Dios los ha revelado. Y Dios no puede engañarse ni engañarnos. ¿Qué interés puede tener Dios y la Iglesia para mentirnos? ¡Ninguno!
Y, sin embargo, hay hombres que, llevados de su soberbia, no quieren creer en las verdades que la religión nos enseña, alegando que ellos no creen porque no comprenden dichas verdades. A estos incrédulos podríamos preguntarles: ¿Usted sabe qué es la luz, el calor, la vida? Comprende usted cómo de una semilla sale una planta y más tarde se convierte en árbol con ricos frutos? ¿Comprende usted la electricidad, la energía atómica, la gravitación universal, las maravillas de la televisión?
¡Cuántos misterios hay en el mundo y en la vida que no los comprendemos y, sin embargo, los creemos! Y los creemos porque los hombres de ciencia nos los enseñan. Por tanto, también debemos creer las verdades que Dios nos ha revelado. No podemos con nuestra inteligencia limitada penetrar en los misterios de Dios, pero sí debemos creerlos con humildad porque Dios los ha revelado.