
El tercer elemento del amor matrimonial es su ordenación a la procreación y a la educación de los hijos. Los cónyuges tienen el gran privilegio de transmitir la vida humana. Dios los ha llamado a una especial participación de su amor y de su paternidad: los ha hecho cooperar con Él libremente en la transmisión de la vida: «Los bendijo Dios, diciéndoles: Procread y multiplicaos y llenad la tierra» (Génesis 1, 28)
Resulta triste comprobar que algunas veces no se reconoce la grandeza de traer una persona al mundo y se piensa que se recorta la libertad de amor y deleite egoísta. La unión conyugal es el lugar adecuado para un nuevo nacimiento porque es la manifestación más específica del amor de los esposos.
En la inseminación artificial se ha separado la actividad biológica de la relación personal de los cónyuges. Es un acto tecnificado, privado de toda relación interpersonal. Lo mismo se puede decir de la fecundación in vitro y otras formas de fecundación artificial.
(Pintura: Retrato de un escolar. FETI, Dominice. Galería Gemalde. Dresden)