
Aristóteles asevera que “el conocimiento de la finalidad es de la mayor importancia y cuando nos proponemos alcanzarla, a la manera de los arqueros que apuntan hacia un blanco claramente fijado, estaremos en mejor situación para cumplir satisfactoriamente nuestra tarea”. Efectivamente, toda nuestra labor de educación y enseñanza sólo adquiere sentido y valor cuando se desarrolla teniendo en vista los fines y objetivos bien definidos y conscientemente propuestos.
Los objetivos especifican, en términos concretos, las metas más particulares e inmediatas, de alcance directo, del trabajo del profesor en el aula.
Las finalidades expresan, en síntesis, los resultados finales deseados. Los objetivos especifican las etapas necesarias y los pasos intermedios para conseguir, poco a poco, esos resultados finales.
Estos objetivos o productos de aprendizaje se clasifican, a los efectos de la técnica docente, en tres categorías fundamentales:
1ª categoría, los automatismos: hábitos, destrezas y habilidades específicas, ya mentales, ya verbales, que los alumnos deben adquirir.
2ª categoría, los elementos ideativos o cognoscitivos: informaciones y conocimientos sistematizados, que los alumnos deben asimilar.
3ª categoría, los elementos emotivos o afectivos: ideales, actitudes y preferencias de carácter seleccionado (típicos de los individuos educados o preparados para ejercer determinada función en la vida social), que los alumnos deben desarrollar.
Luis Alves Mattos. Compendio de didáctica general (adaptación)
Con la autorización de Editorial Kapelusz.