Naturalmente, hay quien no aprende y no se abre camino, porque es «humilde», «resignado», «modesto». ¡Poco a poco, amigo! La cobardía no es virtud y la pereza no es humildad. La verdadera humildad hace decir al hombre: «Nada soy, nada puedo por mi propia fuerza», pero añadiendo a renglón seguido: «Sin embargo, no hay en el mundo cosa que no pueda hacer yo, si Dios me ayuda.»
Repite con frecuencia la frase preciosa, la súplica exquisitamente arrolladora de un santo: «¡Dios mío, Dios mío! Nada soy; pero lo que soy es completamente tuyo.» Rézala muchas veces y verás qué fuerza espiritual tan viva brota de tan sencilla oración.
Texto de Monseñor Dr. Tihamér Tóth. El joven de carácter. Sociedad de Educación «Atenas», S.A