
Este elemento indica que el amor matrimonial es perpetuo, comprometido para toda la vida. Jesús dijo: «Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre» (mateo 19, 6)
La indisolubilidad es una exigencia del amor absoluto y si no, no sería amor. Nace con ansias de eternidad y no admite réplica ni arrepentimiento. No sería una donación verdadera la de quien se comprometiera solo mientras le resultase agradable. Esto supondría considerar al otro como objeto, que se toma o se deja con mentalidad utilitarista.
El divorcio introduce una profunda y grave distorsión en la vida matrimonial. No es lo mismo casarse con el convencimiento de que es para siempre, que ir al matrimonio con la idea de «vamos a ver si esto funciona y si no lo dejamos». La expectativa de un posible divorcio hace que cada cónyuge piense que no vale la pena sacrificarse porque el otro tampoco lo hará.
El consentimiento matrimonial e un acto de entrega definitiva de todo lo que son los esposos, especialmente el propio futuro.
(Pintura: Alegre compañía. HEMERSSEN, Jan Sanders van. Museo Staatliche. Kassel)