Cuando el sacerdote consagra muchas formas creemos que Jesucristo está realmente presente en todas y cada una de ellas. También creemos que, si una forma se parte en diversos trozos, Jesucristo está todo entero en cada uno de ellos. Por eso el sacerdote recoge cuidadosamente las partículas de las hostias consagradas, aunque sean muy pequeñas, como se indica en la Ordenación general del Misal romano. El Señor se ha quedado por Amor, y con amor hemos de tratarle.

Los cristianos deben manifestar la fe y amor hacia la Eucaristía
La creencia en estas verdades de nuestra fe ha llevado a la Iglesia a rendir culto de adoración al Santísimo Sacramento. Este culto a la Sagrada Eucaristía lo ha vivido siempre el pueblo cristiano con muchas devociones eucarísticas:
– El Jueves Santo, en que celebramos la institución de la Eucaristía y especialmente el sacrificio de la Misa.
– La fiesta del Corpus Christi, que celebra la presencia real de Jesucristo, y el Santísimo es llevado en solemne procesión por las calles de la ciudad.
– La exposición y bendición con el Santísimo, pasando un rato con el Señor sacramentado en intimidad de adoración y sincero agradecimiento.
– Las visitas al Sagrario, por parte de los fieles para acompañarle y entretenerle.
Y tantas oraciones que alimentan la piedad eucarística: comuniones espirituales, Adoro Te devote, oraciones para antes y después de comulgar, etc. Guiados por la fe, es un detalle de nobleza humana ofrecer a Jesús en el Sagrario cosas dignas: que el Sagrario sea de lo mejor, cuidar los vasos sagrados, esmerarse en la limpieza; pero sobre todo el respeto y la adoración: la genuflexión bien hecha delante del Sagrario, acudir con frecuencia a visitarle -al menos con el pensamiento y deseo-, actuar la fe al pasar por una Iglesia, etc.