Ya se ha visto al estudiar el Credo que Jesucristo vino a la tierra para redimirnos y darnos la vida divina; vino a este mundo para fundar la Iglesia, que continúa su obra redentora y nos conduce hacia la salvación.
Por eso eligió a Pedro y a los demás Apóstoles, para que gobernaran la Iglesia y transmitieran los poderes a sus sucesores, el Papa y los Obispos. Estos poderes son: enseñar la doctrina de Jesucristo, santificar con los sacramentos y gobernar mediante leyes que obligan en conciencia.
La Iglesia y el poder de promulgar leyes
Cristo concedió efectivamente a su Iglesia el poder de gobernar, y envió a los Apóstoles y a sus sucesores por todo el mundo para que predicaran el Evangelio, bautizaran y enseñaran a guardar todo lo que Él les había mandado: «El que a vosotros oye, a mi me oye» (Lucas 10,16); «Como me envió el Padre, así os envío a vosotros«(Juan 20,21). En virtud de esta autoridad, la Iglesia puede dictar leyes y normas. De entre todas, destacan lo que llamamos mandamientos de la Iglesia.