El evangelio de San Lucas cuenta que Dios envió al arcángel San Gabriel a Nazaret, manifestando a María que había sido elegida para ser Madre de Dios. Muchos cuadros representan esta escena, que llamamos Anunciación.
La conversación entre el ángel y la Virgen acaba con esta aceptación humilde y confiada: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1,38). En aquel mismo instante se realizó la Encarnación del Verbo en las purísimas entrañas de la Santísima Virgen, y nueve meses más tarde nacía Jesús -verdadero Dios y verdadero hombre- en Belén.
La Virgen no es sólo Madre de Dios, es también nuestra Madre. Cuando moría en la cruz, Jesús nos la dio por madre. Ella vive en el cielo como Reina y Señora de todo lo creado, pero nos ve, nos oye y sobre todo nos quiere. Igual que las madres de la tierra, la Virgen nos cuida y nos protege. Hemos de conocer y amar mucho a la que es Madre de Dios y Madre nuestra.