
Nadie es profeta en su tierra
Partió de allí y se fue a su ciudad, y le seguían sus discípulos. Llegado el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y muchos de los oyentes, admirados, decían: ¿De dónde sabe éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es la que se le ha dado y estos milagros que se hacen en sus manos? ¿No es éste el artesano, el hijo de María, y hermano de Santiago y de José y de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros? Y se escandalizaban de él.
Y les decía Jesús: No hay profeta menospreciado sino en su propia patria, entre sus parientes y en su casa. Y no podía hacer allí ningún milagro; solamente sanó a unos pocos enfermos imponiéndoles las manos. Y se asombraba por causa de la incredulidad de ellos. (Marcos 6, 1-6.)
Una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años, al ver pasar a Cristo, pensó que si tocaba siquiera la orla de su vestido quedaría sana. Así lo hizo. Jesús manifestó que se había dado cuenta y la mujer quedó curada. Este el milagro conocido por la hemorroisa (Marcos 5, 24-34.)
También, después de la resurrección de la hija de Jairo, curó a dos ciegos tras haberles exigido una confesión de fe sobre su poder divino. (Mateo 9, 27-31.)
Asimismo, curó a un hombre mudo poseído del demonio. Habiendo lanzado al demonio, habló el mudo. (Mateo 9, 32-34.)
El Señor nos ha hecho saber que nuestra vocación profesional no es ajena a sus designios divinos. Esta verdad, según la cual a través del trabajo el hombre participa en la Obra de Dios mismo, su Creador, ha sido particularmente puesta de relieve por Jesucristo.
Instrucciones a los apóstoles
Jesús recorre toda la Galilea enseñando en las sinagogas, predicando el evangelio y sanando toda enfermedad. Cuando vio a todas las gentes, como ovejas sin pastor, dijo a sus discípulos:
– La mies es mucha y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe trabajadores a su misa. Y convocando a los doce discípulos les dio poder contra los demonios y los envió de dos en dos a predicar el Reino de Dios y sanar enfermos (Mateo 10, 35-38; Marcos 6, 6-7; Lucas 9, 1-2)
Pero antes de enviarlos quiso formar sus almas con una serie de instrucciones que narra el evangelio a continuación. De este bello discurso son las máximas y sentencias más usuales de la vida cristiana, tales como:
– Ved que os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas (Mateo 10, 16.)
– No está el discípulo sobre el Maestro (Mateo 10, 24.)
– No temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma. (Mateo 10, 28.)

– Todo aquel que me confesare delante de loa hombres, le confesaré yo también delante de mi Padre (Mateo 10, 32.)
– El que ama a su padre o a su madre más que a mi, no es digno de mí…, y el que no toma su cruz y me sigue, no es es digno de mí (Mateo, 10, 40.)
– El que a vosotros me recibe, a mí me recibe. (Mateo 10, 40.)
Ante las dificultades no se debe tener miedo: no estamos solos, contamos con la ayuda poderosa de nuestro Padre Dios, que nos hará ser valientes y audaces.

Muerte de Juan Bautista
El mismo Herodes había mandado prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, a la cual Herodes había tomado como mujer. Juan decía a Herodes: No te es lícito tener a la mujer de tu hermano. Herodías le odiaba y quería matarlo, pero no podía; porque herodes temía a Juan, sabiendo que era un varón justo y santo, y le protegía, y al oírlo tenía muchas dudas pero le escuchaba con gusto.
Cuando llegó un día propicio, en el que Herodes por su cumpleaños dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea, entró la hija de la propia Herodías, bailó y gustó a Herodes y a los que con él estaban a la mesa. Dijo el rey a la muchacha: Pídeme lo que quieras y te lo daré. Y le juró varias veces: Cualquier cosa que me pidas te daré, aunque sea la mitad de mi reino. Y, saliendo. dijo a su madre:
-¿Qué he de pedir? Ella dijo:
– La cabeza de Juan el Bautista. Y al instante, entrando deprisa donde estaba el rey, pidió así:
– Quiero que en seguida me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista. El rey se entristeció; pero, a causa del juramento y de los comensales, no quiso contrariarla; y, enviando un verdugo, el rey mandó traer su cabeza. Aquél marchó y lo decapitó en la cárcel, y trajo su cabeza en una bandeja, y la dio a la muchacha, y la muchacha la entregó a su madre.
Cuando se enteraron, vinieron sus discípulos, tomaron su cuerpo, y lo pusieron en un sepulcro. (Marcos 6, 17-29)
Los juramentos y las promesas de contenido inmoral no se deben hacer. Y, si se han hecho, no se deben cumplir. ¿Estamos obligados a mantener el juramento de hacer cosas injustas o ilícitas? No solo no estamos obligados, antes pecamos haciéndolas, como cosas prohibidas por la Ley de Dios.