
El niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él.
Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de Pascua. Y cuando tuvo doce años, subieron a la fiesta, como era costumbre. Pasados aquellos días, al regresar, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo advirtiesen sus padres. Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino buscándolo entre los parientes y conocidos, y como no lo encontrasen, retornaron a Jerusalén en busca suya. Y ocurrió que, al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles. Cuantos le oían quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas. Al verlo se maravillaron, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira cómo tu padre y yo, angustiados, te buscábamos. Y él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. (Lucas, 2, 40-50)
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La solicitud con que María y José buscan al niño ha de estimularnos a nosotros a buscar siempre a Jesús, sobre todo cuando lo hayamos perdido por el pecado.
(Pintura: Jesús entre los doctores en el Templo. VERONÉS, Pablo. Museo del Prado. Madrid)