
Cuando se acercaban a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al Monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles:
– Id a esa aldea que veis enfrente y encontraréis en seguida un asna atada, con su pollino al lado; desatadlos y traédmelos. Si alguien os dijera algo respondedle que el Señor los necesita, y al momento los soltará. Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por medio del Profeta:
Decid a la hija de Sión:
He aquí que viene a ti tu Rey
con mansedumbre, sentado sobre un asno,
sobre un borrico, hijo de burra de carga.
Los discípulos marcharon e hicieron como Jesús les había ordenado. Trajeron el asna y el pollino, pusieron sobre ellos los mantos y le hicieron montar encima. Una gran multitud extendió sus propios mantos por el camino; otros cortaban ramas de árboles y las echaban por el camino; las multitudes que iban delante y detrás de él, clamaban diciendo:
– ¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas! (Mateo 21, 1-9).
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La palabra hebrea Hosana, con la que la muchedumbre aclama al Señor, tuvo en un principio el sentido de una súplica dirigida a Dios: «Sálvanos». Luego fue empleada como grito de júbilo con el que se aclama a alguien, con un significado similar a «¡viva!». La muchedumbre manifiesta su entusiasmo gritando: «¡Viva el Hijo de David!».
(Pintura: Entrada de Cristo en Jerusalén. HAYDON, Benjamín Robert. Mount St. Marys’s. Seminary Cincinnati).