
También vivía en Jerusalén una anciana llamada Ana que era muy santa y servía al Templo con sacrificios y oraciones.
Había vivido casada con su marido siete años y había estado viuda hasta los ochenta y cuatro años.
Cuando José, María y Jesús estaban en el Templo, Ana lo reconoció y alababa a Dios por verlo.
Durante toda su vida hablaba de Jesús a todos los que esperaban al Salvador.