En el siglo XXI se puede vivir un noviazgo cristiano y la virtud de la castidad.
Según Aristóteles y Santo Tomás, la castidad es la moderación habitual del apetito sexual de acuerdo con la recta razón o dicho de otra forma, es el dominio que ejerce la razón sobre el apetito sexual.
La castidad no es la virtud más importante, pues la virtud suprema es la caridad. Pero la castidad es imprescindible para el trato con Dios y cuando no se guarda, si no se lucha, se acaba ciego, porque el hombre animal no puede percibir las cosas del Espíritu de Dios. Para ser castos hay que someter las pasiones a la razón por un motivo alto, por un impulso de amor a Dios y a los demás. El corazón del hombre ha nacido para amar y cuando no se le da un buen afecto, amor de donación y amistad, se inunda de miseria.
“Cuidad esmeradamente la castidad, y también aquellas otras virtudes que forman su cortejo –la modestia y el pudor-, que resultan como su salvaguarda. No paséis con ligereza por encima de esas normas que son tan eficaces para conservarse dignos de la mirada de Dios: la custodia atenta de los sentidos y del corazón; la valentía –la valentía de ser cobarde- para huir de las ocasiones; la frecuencia de los sacramentos, de modo particular la confesión sacramental; el dolor, la contrición, la reparación después de las faltas. Y todo ungido con una tierna devoción a Nuestra Señora, para que Ella nos obtenga de Dios el don de una vida santa y limpia.” (1).