Cuando la mujer se enfada, el hombre trata de analizar y resolver el problema. Pero la mujer necesita hablar mucho y desahogarse, mientras que él ha de esforzarse en prestarle atención, comprenderla, consolarla, amarla y si es necesario abrazarla cariñosamente sin decirle apenas nada. Esto es realmente lo que cuenta. El amor, más que un sentimentalismo, es la preocupación por el bien del otro. Podrá haber momentos en que el corazón no sienta un sentimiento cálido pero es necesario decirle “te amo” porque en el matrimonio se promete amarla y honrarla todos los días de la vida.
El hombre ha de esforzarse hacer de su mujer la persona más importante de la vida, colocarle en su cabeza la corona de reina, hacer de ella el número uno. Para ello ha de amarla de forma romántica, invitarla a salir todas las semanas y hacerla sentirse importante. No se debe menospreciar su opinión y hay que respetarla siempre.
Cuando se produzca un enfado entre ambos, lo que ha de hacer cada uno es reflexionar qué parte de culpa es suya, reconocerlo y pedirle perdón al otro cuanto antes. Es una mala práctica estar una semana “sin hablarse”, porque esto es un veneno para la relación.
(1) Morrow T.G. Noviazgo cristiano en un mundo super-sexualizado. Editorial Rialp. Página 147.