La vida del Cuerpo de Cristo, pues, es la gracia, con todo lo que comporta la vida sobrenatural que los miembros reciben de la Cabeza, estableciéndose una estrecha relación de la Cabeza con los miembros y de los miembros entre sí. Cristo infunde sus dones –el sentido de la fe y el impulso de la caridad-, y los fieles adoran y alaban; los bienaventurados del cielo nos ayudan a nosotros y a los que están en el purgatorio, y nosotros invocamos a los santos; los fieles de la tierra nos ayudamos mutuamente y socorremos con sufragios a las almas del purgatorio, que a su vez interceden por nosotros ante Dios.
En la Iglesia sucede, pues, algo parecido a una transfusión de sangre. La gracia de Cristo, los méritos de la Santísima Virgen y de los santos nos ayudan a nosotros en la vida del alma, como una transfusión de sangre ayuda a la vida del cuerpo. Así, nuestras oraciones y las buenas obras son como sangre buena que damos a los otros: a nuestros padres y hermanos, a los amigos, a los demás hombres y también a las benditas ánimas del purgatorio. Y las buenas obras de los otros miembros de la Iglesia nos ayudan y hacen bien a nuestras almas.

Cómo vivir la comunión de los santos
La comunión de los santos es una realidad tan fecunda y consoladora, tan importante para la vida y santidad de la Iglesia, que no podemos perder las oportunidades de vivirla, luchando por ser mejores y ayudar a los demás. La mejor manera de vivir la comunión de los santos es recibir los sacramentos, ya que por la gracia que nos otorgan nos unimos, cada vez más, a Dios que es el Santo por excelencia. Otro modo es invocar a la Virgen María y a los santos, porque nos consiguen de Dios muchas gracias.
Nosotros podemos ayudar a la Iglesia purgante ofreciendo la Misa, trabajo y oraciones, por las almas que están en el purgatorio y desean gozar cuanto antes de Dios en el cielo. Y de la misma manera podemos ayudar a la Iglesia militante -los cristianos que están luchando todavía en la tierra-, ofreciendo cosas durante el día para que Dios les ayude.