
Camino del Calvario
Cuando le llevaban echaron mano de un tal Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que lloraban y se lamentaban por él. Jesús volviéndose a ellas, les dijo:
– Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque he aquí que vienen días en que se dirá: dichosas las estériles y los vientres que no engendraron y los pechos que no amamantaron. Entonces comenzaron a decir a los montes: caed sobre nosotras; y a los collados: sepultadnos; porque si en el leño verde hacen esto, ¿qué se hará en el seco? Llevaban también con él a dos malhechores para matarlos. (Lucas 23, 26-32)
El Señor ha querido ser ayudado por el Cirineo para enseñarnos a nosotros -representados en Simón- hemos de ser corredentores con Él. «El amor a Dios nos invita a llevar a pulso la Cruz, a sentir también sobre nosotros el peso de la humanidad entera, y a cumplir, en las circunstancias propias del estado y del trabajo de cada uno, los designios, claros y amorosos a la vez, de la voluntad del Padre» (Es Cristo que pasa, n.97).
(Pintura: Cristo llevando la Cruz. EL GRECO. Museo del Prado. Madrid).
La crucifixión
tomaron, pues, a Jesús, y él, con la cruz a cuestas, salió hacia el lugar llamado de la Calavera, en hebreo Gólgota, donde le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y en el centro Jesús. Pilato escribió el título y lo puso sobre la cruz. Estaba escrito: Jesús Nazareno, el Rey de los judíos. Muchos de los judíos leyeron este título, pues el lugar donde Jesús fue crucificado se hallaba cerca de la ciudad. Y estaba escrito en hebreo, en griego y en latín. Los pontífices de los judíos decían a Pilato:
– No escribas el Rey de los judíos, sino que él dijo: Yo soy Rey de los judíos. Pilato contestó:
– Lo que he escrito, escrito está. Los soldados, después de crucificar a Jesús, tomaron su ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y aparte la túnica; pues la túnica no tenía costuras, estaba toda ella tejida de arriba abajo. Se dijeron entonces entre sí:
– No la rasguemos, sino echémosla a suerte a ver a quién le toca. Para que se cumpliera la Escritura que dice:
Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica.
Y así lo hicieron los soldados. Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena.

Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba (Juan), que estaba allí, dijo a su madre: – Mujer, he ahí a tu hijo. Después dice al discípulo:
– He ahí a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa. (Juan 19, 17-27)
«Es necesario que te decidas voluntariamente a cargar con la cruz. Si no, dirás con la lengua que imitas a Cristo, pero tus hechos lo desmentirán; así no lograrás tratar con intimidad al Maestro, ni lo amarás de veras. Urge que los cristianos nos convenzamos bien de esta verdad: no marchamos cerca del Señor, cuando no sabemos privarnos espontáneamente de tantas cosas que reclaman el capricho, la vanidad, el regalo, el interés…» (Amigos de Dios, n.129). (Pintura: Cristo en la Cruz. VELÁZQUEZ, Diego Rodríguez de Silva. Museo del Prado. Madrid)

El buen ladrón
Uno de los soldados crucificados le injuriaba diciendo:
– ¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro le reprendía:
– ¿No siquiera tú que estás en el mismo suplicio temes a Dios? Nosotros, en verdad, estamos merecidamente, pues recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero éste no hizo mal alguno. Y decía:
– Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino. Y le respondió:
– En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso. (Lucas 23, 39-43)
Mientras caminamos en esta vida, todos pecamos, pero también todos podemos arrepentirnos. Dios nos espera siempre con los brazos abiertos al perdón. Por eso nadie debe desesperar, sino fomentar una firme esperanza en el auxilio divino. (Pintura: Crucifixión. MANTEGNA, Andrea. Museo de Louvre. París).