
La educación del niño se inicia antes del nacimiento, pues el bebé percibe en el vientre materno los estados de ánimo de la madre, sobre todo del cariño con que se le acoge. Los primeros meses y años de vida son decisivos para la formación de la personalidad del pequeño.
No hay que preocuparse mucho porque el niño llora ya que el llanto es parte de su lenguaje y puede manifestar hambre, incomodidad, suciedad, rabia o capricho.
El chico tiene una necesidad apremiante de moverse, de explorar y de comunicar y esto exige mucha atención por parte de los padres. El limitar el ejercicio físico puede provocar en el bebé irritación, agresividad, inseguridad y abulia.
Hay que ayudar al niño a salir de su egocentrismo, retrasando sus peticiones de hacer solo su voluntad. Si los padres ceden de inmediato a sus caprichos lo estarán preparando para una insatisfacción crónica de por vida.
En los primeros años la relación entre la madre y el hijo supone una intensa relación de ternura formando como una trama afectiva sobre la que se basará la personalidad futura. Después, con el paso del tiempo, la madre ha de modular su insaciable sed de mimos, besos y caricias, porque de lo contrario se podría caer en la sobreprotección.
Hasta los dos años y medio la obediencia es algo natural para el niño y hay que aprovechar para formar automatismos correctos para crear un carácter sano.
(Pintura: La escuela del pueblo. STEEN, Jan. Galería Nacional de Scotland. Edimburgo).