Lección de La Eucaristía, misterio de fe y amor

Con el sacramento de la Eucaristía culmina la iniciación cristiana; en realidad culmina la entera vida sobrenatural -particular y comunitaria o de la Iglesia como tal-, porque es el «sacramento de los sacramentos», el más importante de todos, ya que contiene la gracia de Dios -como los otros sacramentos- y al autor de la gracia, Jesucristo Nuestro Señor. Lo sabemos, no por sentidos, sino por la fe, que se apoya en el testimonio de Dios: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía» (Lucas 22,19). Son las palabras de Jesús a los Apóstoles en la Última Cena al dejarles la Eucaristía como regalo de su poder y amor infinitos. Nosotros lo creemos firmemente, como los Apóstoles que estaban presentes en aquel momento.

    El Concilio Vaticano II exhorta a la piedad y recogimiento cada vez más acendrado (limpio) con la Eucaristía, cuando enseña que es «fuente y cumbre de toda vida cristiana» y que «participando del sacrificio eucarístico» los fieles «ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» (Lumen gentium, 11).

Ideas principales

1. la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida de la Iglesia

   La Eucaristía es el corazón de la Iglesia; para destacarlo el Concilio Vaticano II se sirve de esa  frase -que no es enfática sino justa- diciendo que ahí está la «fuente y cumbre de toda la vida cristiana». Como dice también que «la Sagrada Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo». Esa es la razón de que «los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan» (Presbyterorum ordinis, 5).

2. Los diversos nombres de este sacramento

   La riqueza inagotable de la Eucaristía se expresa mediante los distintos nombres que recibe. Cada uno evoca algún aspecto de su contenido o circunstancia del momento de la institución. Se le llama:

– Eucaristía, que significa acción de gracias a Dios;
– Banquete del Señor, porque Cristo lo instituyó el Jueves Santo en la última Cena;
– Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo recibiendo su Cuerpo y su Sangre;
– Santa Misa, porque cuando se despide a los fieles al terminar la liturgia eucarística, se les envía («missio») para que cumplan la voluntad de Dios en su vida ordinaria.

3. La Institución de la Eucaristía

   Jesucristo instituyó la Eucaristía el Jueves Santo en la última Cena. Ya había anunciado a los discípulos en Cafarnaún (cfr. Juan, 6) que les daría a comer su cuerpo y su sangre, como también había ido preparando la fe de los suyos con argumentos incontestables: el milagro de Caná -convirtió el agua en vino- y la multiplicación de los panes, que ponían de manifiesto el poder de Jesucristo. Así, al oír en la última Cena: Esto es mi cuerpo (Lucas 22,19), tendrían la firme persuasión de que era como decía; igual que el agua se había convertido en vino por su palabra omnipotente y los panecillos crecieron hasta saciar a una gran multitud.

4. La celebración litúrgica de la Eucaristía

   Los Apóstoles recibieron el encargo del Señor: «Haced esto en memoria mía» (Lucas 22,19) y no ha cesado la Iglesia de llevarlo a cabo en la celebración litúrgica, que no es mero recordatorio sino actualización real del memorial de Cristo: de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión junto al Padre, que se realiza en la Eucaristía. Desde mediados del siglo II, y según el relato del Mártir Justino, tenemos atestiguadas las grandes líneas del desarrollo de la celebración eucarística, que han permanecido invariables hasta nuestros días.

5. La Eucaristía, renovación incruenta del sacrificio de la cruz

   Jesucristo ofreció a Dios Padre el sacrificio de su propia vida muriendo en la cruz. Fue un auténtico sacrificio con el que nos redimió de nuestros pecados, superando todas las ofensas que han hecho y podrán hacer los hombres, porque es de valor infinito.

    Pero, aunque el valor del sacrificio de Cristo en la cruz fue infinito y único, el Señor quiso que se perpetuara -se hiciera presente- para aplicar los méritos de la redención; por eso, antes de morir, consagró el pan y el vino y ordenó a los Apóstoles: «Haced esto en memoria mía«. De esta manera, los hizo sacerdotes del Nuevo Testamento para que, con su poder y en su persona, ofrecieran continuamente a Dios el sacrificio visible de la Iglesia.

    Jesucristo instituyó la Misa no para perpetuar la Cena, sino el sacrificio de la cruz. Así, la Misa renueva incruentamente (sin derramamiento de sangre) el sacrificio mismo del Calvario; y la Eucaristía es igualmente sacrificio de la Iglesia, pues, siendo la Iglesia Cuerpo de Cristo, participa de la ofrenda de su Cabeza.

6. El sacrificio de la Misa y el de la cruz son esencialmente uno y el mismo

   Entre la Misa y el sacrificio de la cruz hay identidad esencial y diferencias accidentales:

– El Sacerdote es el mismo: Cristo, que en el Calvario se ofreció Él solo, mientras que en la Misa lo hace por medio del sacerdote.
– La Víctima es la misma: Cristo, que en el sacrificio de la cruz se inmoló de manera cruenta (con derramamiento de sangre), mientras que en la Misa lo hace de modo incruento. La presencia de Cristo bajo las especies consagradas del pan y del vino, que contienen por separado su Cuerpo y su Sangre como especies distintas, manifiestan místicamente la separación del Cuerpo y de la Sangre ocurrida en la cruz.
– En la cruz, Cristo nos rescató del pecado y ganó para nosotros los méritos de la salvación; en la Misa, se nos aplican los méritos que Jesucristo ganó entonces.

7. Los fines de la Santa Misa

   Los fines de la Santa Misa son cuatro: adorar a Dios, darle gracias, pedirle beneficios y satisfacer por nuestros pecados. Podemos unir todo nuestro día a la Santa Misa, y vivir a lo largo de él con esos mismos sentimientos que tuvo Cristo en la cruz.

Curso de Catequesis. Don Jaime Pujol Balcells y Don Jesús Sancho Bielsa. EUNSA. Navarra. 1982. Con la autorización de los autores.


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