La categoría singular del hombre -que le distingue y eleva por encima de los otros seres de la creación visible- radica en que está dotado de inteligencia y voluntad -creado a imagen y semejanza de Dios-, con libertad para tomar decisiones. Pero, siendo criatura, su libertad debe estar armonizada con la de Dios y con la de sus semejantes. Esto es lo que hacen los mandamientos, que son caminos de la libertad, poniendo orden en el ejercicio de la libertad creatural de modo que sea verdadera libertad, armonizada y concertada con la libertad de los demás.
En consecuencia, si hay un mandamiento legítimo el hombre tiene la obligación de cumplirlo y no es moralmente libre, aunque tendrá psicológica y física; si no existe mandamiento, es muy libre de tomar la decisión que quiera. Así, el hombre tiene que educar su libertad para utilizarla correctamente; es decir, tiene que obrar como hombre ejercitando la inteligencia y la voluntad, pero referidas a una norma objetiva y trascendente que dirige y regula su conducta.
La moralidad, pues, es una cualidad del acto humano libremente ejercido; y será positiva -buena- si se ajusta a la norma que lo ordena como ser racional; será negativa -mala-, si actúa irracionalmente en contra de la norma.