Durante la Semana Santa contemplamos grandes misterios de amor y de dolor: el Jueves Santo está centrado en el Mandamiento nuevo del amor, en la institución de la Eucaristía y del sacerdocio; el Viernes Santo es la celebración de la pasión y muerte; el Sábado Santo es día de expectación, lleno de recogimiento y esperanza.
En esa impaciente espera, la Iglesia celebra la resurrección durante la noche del sábado al domingo: la Vigilia Pascual. Es la «noche sacratísima», en la que se enciende el cirio pascual, que simboliza la luz de Cristo; las lecturas bíblicas rememoran las grandes intervenciones de Dios con el hombre, desde la creación hasta la redención; se renuevan las promesas del bautismo. El aleluya tres veces repetido, el sonido de las campanas y los acordes del órgano, las luces, las flores, todo rompe como la vida nueva de Cristo resucitado.

Jesucristo vive y es el fundamento de la vida cristiana
El cirio pascual recuerda que la luz del mundo es Cristo, que murió pero resucitó, y vive y permanece con nosotros en la Iglesia y en la Sagrada Eucaristía. Igual que Cristo comenzó con su resurrección una vida nueva, inmortal y gloriosa, así nosotros debemos resucitar para siempre al pecado y amando sólo a Dios y lo que nos lleva a Él.
La diferencia fundamental que distingue a Jesucristo de los fundadores de otras religiones es que nadie se proclamó Dios, Salvador del mundo y centro de todos los corazones, como Él lo hizo, apelando a sus milagros, sobre todo el de su resurrección, como garantía de sus palabras y doctrina.
Cada domingo celebramos la resurrección de Jesucristo
Jesucristo murió en la cruz el Viernes Santo y resucitó el Domingo de Resurrección. Por eso lo llamamos domingo o día del Señor: porque resucitó Jesús. Pero es tan grande el milagro de la resurrección que no sólo lo celebramos ese día, sino todos los domingos del año. Cada domingo vamos a Misa para celebrar la muerte y resurrección de Jesucristo.