Lección de La Pasión de Jesús

Duración: 10 minutos

Flagelación y coronación de espinas  

   Entonces Pilato tomó a Jesús y mandó que lo azotaran. Los soldados del procurador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron en torno a él a toda la cohorte. Le desnudaron, le pusieron una túnica roja y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, y en su mano derecha una caña; se arrodillaban ante él y se burlaban diciendo:

   – Salve, Rey de los Judíos. Le escupían, le quitaron la caña y le golpeaban en la cabeza. Después de reírse de él, le despojaron de la túnica, le pusieron sus vestidos y le llevaron a crucificar. (Juan 19, 1; Mateo 27, 28-31).


En nuestro corazón debe brotar, generosamente, el agradecimiento a Jesucristo y, junto con el agradecimiento, el dolor de nuestros pecados, el amor, los deseos de sufrir en silencio junto a Jesús, el ansia de reparar nuestros propios pecados y los de los demás. ¡Señor, nunca más pecar!; pero ayúdanos tú a serte fieles!

(Pintura: Flagelación de Cristo. SODOMA II. Museo de Bellas Artes. Budapest).

He aquí al hombre

   Los judíos gritaban  diciendo: Si sueltas a ése no eres amigo del César, pues todo el que se hace rey va contra el César. Pilato, al oír estas palabras, sacó fuera Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Litróstrotos, en hebreo Gabbatá. Era la Parasceve de la Pascua, hacia la hora sexta, y dijo a los judíos:

   – He ahí a vuestro Rey. Pero ellos gritaron:

   – Fuera, fuera, crucifícalo. Pilato les dijo:

   – ¿A vuestro Rey voy a crucificar? Los pontífices respondieron:

   – No tenemos más rey que el César. Entonces se lo entregó para que fuera crucificado. (Juan 19, 12-16).

Una tragedia en cierto semejante ocurre a quienes habiendo sido bautizados, e integrados por tanto en el pueblo Pueblo de Dios, abandonan obstinados en el pecado la «ligera carga» de la soberanía de Cristo, para someterse a la terrible tiranía del demonio.

(Pintura: Ecce Homo. MASSYS, Quentín. Palacio Ducal. Venecia).

 Jesús condenado a muerte 

   Al ver Pilato que no adelantaba nada, sino que el tumulto iba a más, tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo diciendo:

   – Soy inocente de esta sangre; vosotros veréis. Y todo el pueblo gritó:

   – ¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos! Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, se lo entregó para que fuera crucificado. (Mateo 27, 24-26)


Pilato pretende justificar públicamente su falta de fortaleza, a pesar de tener en sus manos los elementos necesarios para emitir un juicio justo. La cobardía de este hombre, encubierta por un gesto externo, termina por condenar a Cristo a la muerte.

 (Pintura: Ecce Homo. BOSH, Hieronymus. Museo de Frankfurt).

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