
Un día Jesús salió de su casa y se sentó a la orilla del mar y otra vez comenzó a enseñar. Y, como había llegado mucha gente, les habló de muchas cosas por parábolas y les dijo, por comparación: Salió un sembrador… (Luces 8, 4-5), y viene a continuación una serie de parábolas.
Se le acercaron los discípulos y le dijeron:
– ¿Por qué les hablas en parábolas? Jesús les respondió:
– Porque a vosotros os he dado a conocer el misterio del Reino de los Cielos, mas a aquellos que están fuera no les es dado. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo, no ven; y oyendo, no oyen ni entienden: porque el corazón de este pueblo se ha endurecido… (Matero 13, 10-17)
No pensemos que el no querer oír ni ver ni entender fue cosa exclusiva de aquellos hombres contemporáneos de Jesús; cada uno de nosotros también tiene sus durezas de oído, de corazón y de entendimiento ante la palabra de Dios, ante su gracia. Además no basta con saber la doctrina de la fe: es absolutamente necesario vivirla con todas sus exigencias morales y ascéticas.