No se contentó Dios con grabar en el corazón del hombre su ley, sino que se la ha manifestado claramente. En el monte Sinaí, cuando el pueblo elegido había salido de Egipto, Dios anunció a Moisés de los diez mandamientos o Decálogo, dándoselos esculpidos en dos tablas de piedra para que nuca se olvidara de cumplirlos. Aquellos diez mandamientos son, resumidos, los que tenemos en el Catecismo: 1º) Amarás a Dios sobre todas las cosas; 2º) No tomarás el santo nombre de Dios en vano; 3º) Santificarás las fiestas; etc.
Los mandamientos señalan de manera cierta y segura cómo debemos actuar, indican el camino de la felicidad en esta vida y en la otra. Por eso decimos que los diez mandamientos son un regalo de Dios, ya que son el instrumento con el que Dios manifiesta al hombre lo que es bueno y lo que es malo, lo que es verdadero y lo que es falso, qué es lo que le agrada y qué le desagrada.

Jesucristo perfecciona la ley
La ley que Dios dio a Moisés en el Sinaí fue llevada a la perfección por Jesucristo, que se pone a sí mismo como modelo y camino para alcanzar la vida eterna: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14,6). Esta perfección se revela sobre todo en el mandamiento nuevo del amor. Después de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas, nos manda que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado. El Decálogo debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la ley. La Iglesia continuadora de la obra redentora de Jesucristo, sigue enseñanza, custodiando e interpretando la ley dada por Dios a los hombres.
Obligación de cumplir los mandamientos
Como Dios es el Creador, Dueño y Señor del universo, toda la creación está sometida a la ley u orden impuesto por Dios. Las criaturas irracionales la cumplen inexorablemente, pero el hombre es libre y puede no seguirla. Si no observa la ley divina, comete pecado, ofende a Dios y se hace daño a sí mismo y a los demás. En cambio, cuando guarda los mandamientos, el hombre tiene la seguridad de estar en el buen camino y de que está haciendo la voluntad de Dios. Pero no podemos -no debemos- sentirnos encorsetados por los mandamientos, sino tener la visión grande y noble de que Dios quiere decididamente el bien de la criatura preferida -el hombre-, cuya libertad defiende y guarda con las normas.
Cumplir los mandamientos por amor
En consecuencia, desde la conciencia clara de que los mandamientos son el camino -como una carretera bien señalizada, que manifiesta el modo de obrar rectamente y avisa de los peligros-, tenemos que decir que los diez mandamientos de la ley de Dios son una prueba del amor y de la misericordia de Dios, de Dios que nos amó primero. Por eso hay que cumplirlos por amor. Es la respuesta que Dios espera de nosotros.
Hay que conocer, pues, el contenido de los mandamientos, si queremos vivirlos bien y por amor.