Lección de La sexualidad es don de Dios

Un  punto de partida, tan fundamental como necesario para hablar del sexto mandamiento es la afirmación de la Sagrada Escritura, cuando enseña que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y los creó hombre y mujer (cfr. Génesis 1,27). El que el varón, pues, sea varón y la mujer sea mujer, viene de Dios. Dios lo ha querido así. Por tanto, como todo lo que hace Dios es bueno, la sexualidad no es mala, ni es contraria a la ley de Dios; es buena puesto que viene de Dios. Es otro don de Dios.

Eso sí, la sexualidad tiene una razón de ser muy definida y sublime. Aunque Dios podía haber hecho las cosas de otra manera, quiso -por la sexualidad- confiar al hombre y a la mujer -a los esposos- la misión nobilísima de transmitir la vida, continuando la generación humana querida por Dios.

Y como la misión es tan alta, quiso también ordenarla y protegerla con unos preceptos que la mantienen en su dignidad y eficacia, conforme al plan de Dios. Por eso no se puede hacer con el cuerpo lo que apetece. Dios ha establecido un orden en el uso de la sexualidad y consiste en que el placer sexual -sea de pensamiento, palabra u obra- sólo es lícito buscarlo dentro del matrimonio y encaminado al fin señalado por el Creador: la transmisión de la vida humana, junto con la ayuda mutua de los esposos.

La virtud de la castidad

   Aunque a veces se identifican castidad y pureza, la virtud de la pureza expresa más bien el hecho y la renuncia total al uso de la sexualidad; mientras que la castidad expresa el señorío sobre la sexualidad por renuncia total al uso ilícito. La castidad, pues, es la virtud que regula y controla la sexualidad, imponiendo el respeto al cuerpo en pensamientos, deseos, palabras y acciones. Esta virtud expresa la integración de la sexualidad en la persona y, por consiguiente, la sumisión de la pasión sexual a la razón humana y a la fe. La virtud de la castidad es, como toda virtud, una conquista propia de valientes; es algo positivo que libera de la esclavitud del pecado.

La impureza destruye muchas cosas en el hombre

   El pecado de impureza destruye en el hombre y en la mujer tesoros que Dios les ha dado, no sólo por cuanto le ofendemos y perdemos su amistad, sino porque daña de modo particular virtudes de verdad excelentes. El impuro está triste porque es esclavo del pecado; no es generoso porque sólo piensa en sí mismo y en el placer; se debilita su fe porque se le va cegando el corazón. Pierde esa sensibilidad fina del alma, que le capacita para amar a Dios y a los demás.

    Si no se consigue la educación y dominio de la sexualidad, con una pedagogía de libertad, la alternativa es evidente: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado.

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