
Seis días después, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y los llevó a ellos solos a un monte alto, y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías hablando con él. Pedro, tomando la palabra, dijo a Jesús:
– Señor, qué bien estamos aquí; si quieres haré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Todavía estaba hablando, cuando una nube resplandeciente los cubrió y una voz desde la nube dijo:
– Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: escuchadle.
Los discípulos al oírlo cayeron de bruces llenos de temor. Entonces se acercó Jesús y los tocó diciendo:
– Levantaos y no temáis. Al alzar sus ojos no vieron a nadir sino solo a Jesús. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó:
A nadie contéis la visión hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos. (Mateo 17, 1-9
(Pintura: Transfiguración de Cristo. DAVID, Gerard. Museo de Brujas)