San Juan Bautista María Vianney, cura de Ars en Francia, refiere un caso de oración bien singular. Había en el pueblo un labrador que hacía la visita a la Iglesia cuando iba y volvía del trabajo; dejaba la azada y el hato (ropa y otros objetos) a la puerta, entraba y permanecía de rodillas un buen rato delante del Sagrario. El Santo lo había observado y le llamaba la atención que no movía los labios, aunque no apartaba los ojos del Sagrario. Un día le preguntó:
-Juan, ¿qué dices al Señor?
Y Juan respondió:
-No le digo nada. Yo le miro y Él me mira.
¡Anécdota espléndida para entender lo fácil que es tratar al Señor!

Ideas principales
1. Jesús invita a orar continuamente
El hombre es una criatura privilegiada pero con necesidades constantes; depende de Dios, que es quien puede resolver las necesidades, y acudimos a Él en la oración para contárselas. Jesús recurría continuamente a su Padre, y los Apóstoles lo verán frecuentemente entregado a la oración (cfr. Lucas 5,16; Mateo 14,23). San Lucas recuerda cómo un día «les dijo una parábola para mostrar que es preciso orar en todo momento y no desfallecer» (Lucas 18,1). Con el ejemplo y la exhortación el Señor quiere que comprendamos la necesidad de la oración.
2. Los momentos de la oración
Generalmente, cuando se quiere ver a un personaje tenemos que esperar; Dios no hace esperar, antes bien es Él quien espera; ciertamente es un gran honor hablar con Dios en la oración.
Podemos orar siempre, pero es buena pedagogía señalarnos momentos determinados para hacerlo: al levantarse y al acostarse; visitando al Santísimo por la tarde; después de comulgar; al empezar un trabajo…; sin olvidar que la Santa Misa es -como ya se ha dicho- el momento cumbre para alabar, dar gracias, pedir perdón por los pecados y poner en manos de Dios nuestras necesidades y las de todo el mundo.
3. Modos de orar
Cabe decir que hay infinitos modos de orar porque Dios guía a cada uno por su camino, y no se trata de encorsetar a nadie; sin embargo, la tradición cristiana señala como formas principales de orar:
a) La oración vocal. Es la que se realiza también con palabras, como al rezar el Padrenuestro o el Avemaría.
b) La oración mental. En realidad toda oración es -o debe ser- mental, en el sentido de que el alma de la oración está en la devoción interior; pero la calificamos así porque toda la carga del trato con Dios descansa en la actuación de la mente y no en las palabras; interviene el pensamiento, la imaginación, la emoción, el deseo, confrontando las verdades divinas con nuestra existencia real y personal para adaptarla al querer de Dios.
4. Cualidades de la oración
Al hablar con Dios en la oración debemos cuidar los detalles de respeto y delicadeza, igual que cuidamos la educación con las personas que tratamos. De ahí que la oración bien hecha habrá de ser:
– Piadosa. Hemos de acudir a la oración como hijos, porque lo somos.
– Humilde. Siempre necesitamos de Dios, y somos pecadores.
– Confiada. Él nos ama como Padre, nos fiamos de Él y estamos seguros de que nos dará lo mejor.
– Perseverante. Pedir una y otra vez, sin cansancio ni desánimo.
A veces tenemos la sensación de que Dios no nos concede lo que pedimos. Habrá que examinar si lo que pedimos es conveniente para nuestra salvación, o si nuestros rezos tienen las condiciones expuestas. Porque puede ocurrir que rezamos mal, o nos portamos mal o pedimos cosas no convenientes.
5. Valor de la oración
A medida que nos vamos habituando a la oración, nos unimos más con Dios y comprendemos mejor sus planes sobre nosotros y sobre los demás, poniendo las cosas de la tierra en su justo lugar. De la oración salimos fortalecidos para luchar contra el mal y hacer el bien; para enfrentarnos a las dificultades de la vida con serenidad y alegría. La oración nos consigue la gracia de permanecer hasta el fin fieles a Cristo, cooperando con Él a la redención del mundo y a la salvación de los hombres.
Curso de Catequesis. Don Jaime Pujol Balcells y Don Jesús Sancho Bielsa. EUNSA. Navarra. 1982. Con la autorización de los autores.