
Ante la avalancha de información que soportamos en la sociedad en el momento actual y cierta confusión de ideas que se oyen en las tertulias televisivas y en otros medios de comunicación social, parece oportuno pararse a pensar sobre el comportamiento bueno o malo de las personas.
Ha habido muchos autores que se han planteado este problema desde Aristóteles en su obre Ética a Nicómaco, hasta la filosofía actual que se interesa por las condiciones que han de tener las acciones humanas para que se puedan calificar de morales.
En primer lugar hay que distinguir los «actos del hombre», que son todos los que el hombre hace, como respirar, la hacer la digestión u otros de tipo corporal, y los «actos humanos» que el hombre ejecuta con conocimiento y libertad, como conducir un coche o robar un teléfono móvil. Solo éste último puede calificarse de bueno o malo, porque ha sido ejecutado de forma consciente y libre. A la la vez, el hombre es responsable de sus actos.
En el campo teórico, esto está muy claro pero en la práctica la valoración es más compleja, que habrá que tener en cuenta la inteligencia, la afectividad, la educación recibida, la formación actual y la situación psicológica de armonía o el equilibrio de un hombre concreto cuando ejecuta un acto humano.
Por otra parte, la doctrina moral debe juzgar la objetividad de las acciones, pero el interior del hombre solamente lo juzga Dios. El cristiano no puede ni debe juzgar la conciencia de su hermano porque además lo tiene prohibido.
Además, los medios de comunicación social nos transmiten teorías que, sin rigor intelectual alguno, nos presentan comportamientos que «están de moda» pero su moralidad es dudosa. Estos comportamientos están orientados a personas que pueden tener un alto grado de debilidad y cargados de caprichos personales, que aparecen revestidos de cierta normalidad en la sociedad actual.
Por todo ello, es necesario mejorar el criterio personal para señalar qué tipo de valores e ideales será preciso aceptar y qué otros se deben desechar.
Arturo Ramo