La ciencia especulativa y la práctica de la vida diaria van dando fe de las palabras de la Verdad eterna, Nuestro Señor Jesucristo: «Quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (San Mateo, XII, 24). No es buen jardinero el que por sentimiento de compasión no poda inexorablemente al rosal los retoños excesivos. Como no da rosas el rosal que jamás sintió el filo de las tijeras, de modo análogo no tendrá voluntad fuerte el joven que nuca supo negarse ninguno de sus deseos.
¿Qué es lo que mueve el reloj? La fuerza del muelle a que se le ha dado cuerda. Pues bien, la abnegación viene a ser algo como dar tensión al muelle. No te creas , pues, que el dominio absoluto de ti mismo y la moderación de tus deseos que exijo de ti sean obstáculo para una vida robusta, plena, hermosa. Todo lo contrario. Es justamente lo que salva del debilitamiento de la voluntad y de mil y mil enfermedades espirituales.
Sólo el dominio de sí mismo puede conducir a la libertad interior: el dominio de sí se aprende mediante la abnegación.
Con profunda experiencia escribe Tomás de Kempis en la Imitación de Cristo: «Tanto adelantarás en el bien cuanto sepas dominar tu voluntad.»
Texto de Monseñor Dr. Tihamér Tóth. El joven de carácter. Sociedad de Educación «Atenas», S.A.