
Jesús, dicho esto, elevó sus ojos al cielo y exclamó:
– Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique; Ya que le diste poder sobre toda carne, que él dé vida eterna a todos los que Tú le ha dado. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien Tú has enviado. Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora Padre, glorifícame Tú a tu lado con la gloria que tuve junto a Ti antes de que el mundo existiera. (Juan 17, 1-5)
Después Jesús ruega por sus discípulos:
– Padre Santo, guarda por tu nombre a aquellos que me diste: para que sean una misma cosa, como nosotros. No son del mundo… guárdalos del mal… que ellos también sean santificados en la verdad. (Juan 17, 6-19).
Jesús ruega por la Iglesia:
– Mas no ruego solamente por ellos, sino también por los que han de creer en Mí por la predicación de ellos, para que todos sean una misma cosa como Tú en Mí y Yo en Ti. Padre, quiero que aquellos que Tú me diste estén conmigo en donde Yo estoy. (Juan 17, 20-26).
—
Cristo, con su glorificación, ofrece al hombre la posibilidad de alcanzar la vida eterna, conocer a Dios Padre y a Jesucristo, su Hijo Unigénito; lo cual redunda en glorificación del Padre y de Jesucristo, al mismo tiempo que implica la participación del hombre en la gloria divina.