
1. Parábola del juez injusto. Había un juez malo e injusto, acosado constantemente por una pobre viuda que le pedía justicia y al fin se la hizo; no por amor al bien y la verdad, sino porque no le fastidiase tantas veces con sus súplicas. (Lucas 18, 1-8). La parábola nos enseña la eficacia de la oración constante.
2. El fariseo y el publicano. Un fariseo y un publicano estaban orando en el Templo. El fariseo, de pie, daba gracias a Dios por ser mejor que los demás hombres, envaneciéndose de sus virtudes. El publicano, en un rincón, golpeándose el pecho decía:
– Oh Dios, ten compasión de mi que soy un pecador. Jesús dijo:
– Os digo que éste bajó justificado a su casa, y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo ele se humilla será enaltecido. (Lucas 18, 9-14). Aprendemos que la oración no vale sin la humildad.
3. Los jornaleros de la viña. Un padre de familia contrataba para trabajar en su viña a varios jornaleros. Unos salen al amanecer, contratados por un denario y de tres en tres horas, contrata a otros, de modo que los últimos van a las cinco de la tarde. Terminado el día, el dueño da un denario a todos. Como protestan los que habían trabajado todo el día, el Señor les hacer ver que no tienen derecho a protestar, porque les da lo convenido, sin cometer injusticia. Y termina Jesús: Así los últimos serán primeros y los primeros últimos. (Mateo 20, 1-16).
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No dejéis de orar! No pase un día sin que hayáis orado un poco. La oración es un deber, pero también una gran alegría, porque es un diálogo con Dios por medio de Jesucristo. Cada domingo la Santa Misa y, si es posible, alguna vez también durante la semana; cada día las oraciones de la mañana y de la noche y en los momentos más oportunos. (Juan Pablo II, Audiencia con los jóvenes, 14-III-1979).