
Después de la Última Cena, Jesús fue a hacer oración al Huerto de los Olivos. Decía: «Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no se haga como yo quiero, sino como quieras Tú.» (Mt 26,39). Vinieron hombres con espadas y palos y lo detuvieron.
Los judíos lo interrogaron y juzgaron injustamente. Los soldados romanos le dieron fuertes latigazos, le pusieron una corona de espinas, le pegaron bofetadas y le escupieron en la cara. Poncio Pilato comprendió que era inocente y quería liberarlo, pero la gente gritaba ¡crucifícalo! y se lo entregó para que lo crucificaran, portándose como un cobarde .
Jesús cargó con la cruz hasta el monte Calvario y allí lo crucificaron entre dos ladrones. Al pie de la cruz estaban María, su Madre, el Apóstol Juan y otras mujeres. Llegado el mediodía, el cielo se oscureció y Jesús dando un fuerte grito dijo: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.» (Lc 23,46). E inclinando la cabeza, Jesús murió. Al ver esto un centurión romano dijo: «Verdaderamente Éste era Hijo de Dios.» (Mt 27,54).