
Objetivo:
Comprender el pecado original.
Dios creó al hombre para que en esta vida le ame y sirva y después le goce eternamente en el cielo.
Dios doto a nuestros primeros padres de toda clase de bienes. Les dio una inteligencia clara y luminosa para entender todas las cosas, de una voluntad inclinada al bien. Y, sobre todo, les dio la gracia santificante, ese don divino que hace al hombre hijo adoptivo de Dios y heredero del Cielo.
Dios puso a Adán y Eva en un jardín maravilloso, lleno de delicias. No estaban sujetos a mal alguno, ni tenían hambre, ni sed, ni enfermedades, ni dolores. Vivían en paz, con mucha alegría y felicidad, teniendo el inmenso gozo de conversar con Dios en el Paraíso. Y después de esta vida Dios les iba a trasladar a otro lugar de mayor felicidad: el Cielo.
Pero Dios dispuso que para ir al Cielo tenían que hacerse merecedores; por tanto, el Señor les dio un mandato, diciéndoles: «De todos los árboles del paraíso podéis comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comáis, porque el día que de él comiereis, ciertamente moriréis». El demonio, envidioso de la dulce amistad que existía entre Dios y el hombre, le tentó para que comiera del fruto prohibido, y les dijo: «No moriréis, es que sabe Dios que el día que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal». Adán y Eva comieron del fruto prohibido y pecaron contra el Señor. Al instante de cometer el pecado, se quedaron aterrorizados y llenos de vergüenza de lo que habían hecho. Este pecado se llama pecado original.
Por el pecado cometido dejaron de ser hijos de Dios; su alma quedó negra como la noche, se les despertaron las pasiones, quedaron sujetos a la ignorancia, a la enfermedad y a la muerte. Las puertas del cielo se cerraron. Todos los bienes que Dios dotó a nuestros primeros padres y que los iban a transmitir a todos sus descendientes quedaron privados de ellos, y, por tanto, nosotros nos vimos privados de ellos. Dios así lo dispuso. Por ese pecado, que es hereditario, nacemos todos los hombres sin la vida de la gracia.
Vio Dios el estado lastimoso del hombre y tuvo misericordia de él y le prometió un Redentor para que reparara el pecado cometido por nuestros primeros padres y volverlos a la amistad con Dios.