
Al recibir el bautismo nos incorporamos a la Iglesia, que es Cuerpo Místico de Cristo; por eso se dice que, por el bautismo, empezamos a formar parte del Cuerpo de Cristo. Al recibir la gracia en el sacramento nos unimos a Cristo, que es la Cabeza de ese cuerpo, y empezamos a ser miembros vivos. Si perdemos la gracia, nos separamos de la Cabeza y somos como miembros muertos. Es como si una mano, que está viva por estar unida al cuerpo y a la cabeza, se separa del cuerpo; la mano se corrompería, quedaría muerta y no serviría para nada. En consecuencia, hemos de esforzarnos por vivir siempre en gracia.
Cada miembro está unido a los demás miembros
Sabemos muy bien que en el cuerpo humano, cuando la sangre limpia y buena llega a todos los miembros, esa sangre hace que los miembros estén vivos y se comuniquen unos con otros.
En el Cuerpo Místico de Cristo hay algo que es como la sangre, y la gracia y los dones que dios nos da establecen una comunión de vida sobrenatural de los miembros con la Cabeza y de los miembros entre sí.
La unión entre los santos del cielo, las almas de purgatorio y los fieles de la tierra
La Iglesia la formamos no sólo los que por el bautismo pertenecemos a ella y estamos en la tierra (Iglesia militante) sino también los santos que están en el cielo (Iglesia triunfante) y los que están purificando su alma en el purgatorio antes de entrar en el cielo (Iglesia purgante). Los tres estados de la única Iglesia están unidos porque la única Cabeza es Cristo y la vida que anima a todos es la gracia.