
Circuncisión y presentación del Niño
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno.
Y cumplidos los días de su purificación según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor; y para presentar como ofrenda un par de tórtolas o dos pichones, según lo mandado por el Señor. (Lucas 2, 21-24)
—
El fin de la Encarnación del Hijo de Dios fue la Redención y Salvación de todos los hombres, de ahí que, con razón, se le llamó Jesús, Salvador. Así lo confesamos en el Credo: «Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del Cielo».
(Pintura: Circuncisión. FRA ANGÉLICO. Museo San Marcos. Florencia. Italia)

Profecía del anciano Simeón
Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre, justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo del Señor. Así, vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar con el niño Jesús sus padres, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre él, lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo:
Ahora, Señor, puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo,
según tu palabra:
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
al que has puesto ante la faz de todos los pueblos,
como luz que ilumine a los gentiles y gloria de Israel, tu pueblo.
Su padre y su madre estaban admirados por las cosas que se decían acerca de él. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción -y a tu misma alma la traspasará una espada-, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones. (Lucas 2, 25-35)
—
Podemos entender el gozo de Simeón al considerar que muchos patriarcas, profetas y reyes de Israel quisieron ver al Mesías y no lo vieron, y él, en cambio, lo tiene en sus brazos.
(Pintura: La presentación en el Templo: RAFAEL Sanzio de Urbino. Pinacoteca Vaticana)
La profetisa Ana
Vivía entonces una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era de edad muy avanzada, había vivido con su marido siete años de casada, y había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años, sin apartarse del Templo, sirviendo con ayunos y oraciones noche y día. Y llegando en aquel mismo momento alababa a Dios, y hablaba de él a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. (Lucas 2, 36-38)
—
Quien, como Simeón y Ana, persevera en la piedad y en el servicio a Dios, por muy poca valía que parezca tener su vida a los ojos de los hombres, se convierte en instrumento apto del Espíritu Santo para dar a conocer a Cristo a los demás. En sus planes redentores, Dios de vale de estas almas sencillas para conceder muchos bienes a la humanidad.
(Pintura: Presentación en el Templo. VOUET, Simón. Museo de Louvre. París)
