
Se dice que la naturaleza es principio radical de operaciones; la naturaleza, pues, no es operativa en cuanto tal, sino que lo hace mediante las potencias u órganos cuando es naturaleza corpórea: vemos con los ojos, oímos con los oídos, conocemos con la inteligencia. Si se ejercitan las potencias y órganos adquieren formas estables de actuación o hábitos operativos, que, si son buenos, se llaman virtudes; si malos, vicios. La virtud, por tanto, es una cualidad buena, que perfecciona de modo habitual las potencias, inclinando al hombre a obrar el bien.
Las virtudes morales
Las virtudes más excelentes son las virtudes teologales, que se refieren directamente a Dios; pero también son importantes las virtudes morales, que perfeccionan el comportamiento del individuo en los medios que conducen a Dios. Si pensamos en el modo de adquirirlas, unas son virtudes naturales o adquiridas, si se alcanzan con las fuerzas de la naturaleza; otras, sobrenaturales, si las concede Dios de modo gratuito. Las virtudes teologales siempre son sobrenaturales o infusas; las morales pueden ser adquiridas o infundidas por Dios.
El hombre puede realizar actos buenos con las fuerzas naturales, adquiriendo virtudes. Por ejemplo: la sinceridad, la laboriosidad, la discreción, la lealtad… Las principales virtudes morales -llamadas también cardinales porque son como el quicio o fundamento de las demás- son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica para discernir -en toda circunstancia- nuestro verdadero bien, eligiendo los medios justos para realizarlo.
La justicia es la virtud que nos inclina a dar a Dios y al prójimo lo que les es debido, tanto individual como socialmente.
La fortaleza es la virtud que en medio de las dificultades asegura la firmeza y constancia para practicar el bien.
La templanza es la virtud que refrena el apetito de los placeres sensibles e impone moderación en el uso de los bienes creados.
Además de las virtudes cardinales, el hombre debe practicar las otras virtudes morales, especialmente la religión, la humildad, la obediencia, la alegría, la paciencia, la penitencia y la castidad.
Virtudes naturales y gracia sobrenatural
A veces es difícil vivir las virtudes naturales porque después del pecado original el hombre está desordenado y siente la inclinación al pecado; pero Dios concede la gracia que las purifica y potencia elevándolas al orden sobrenatural, para que nos ayuden a obtener el fin al que estamos llamados: la eterna bienaventuranza, el cielo. Entonces las virtudes, sin dejar de ser naturales, son también sobrenaturales.
Con la ayuda de Dios, las virtudes naturales forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre es feliz al practicar la virtud.