Por eso es interesante analizar esas actitudes para ver si también nosotros caemos en ellas, porque:
– A lo mejor una persona que está siempre presumiendo cree que queda muy bien, cuando en realidad resulta muy antipática.
– O viste como un figurín de revista de moda y no se da cuenta de que va haciendo el ridículo.
– O va avasallando, pretendiendo humillar a los demás, y a lo mejor también cree que despierta admiración por su ironía, y en realidad sólo logra ganarse enemistades.
– O nunca cede porque piensa que siempre tiene razón, y aparece a los ojos de los demás como un mediocre que se cree de ingenio superior a todos.
– O cuando habla parece que está dando una conferencia, dándoselas de elevado, y no es más que un pedante que no sabe hablar sin afectación.
– O jamás admite tener culpa de nada y, a base de no querer oír hablar de sus defectos, acaba llegando a creer que no los tiene. Addison decía que la más grave falta es no tener conciencia de ninguna.
– O es de esos, prepotentes y arrogantes, que no saben ganar, o ser más hábiles o más inteligentes que otros, sin maltratar a esos menos agraciados (o, mejor dicho, a esos que ellos consideran menos agraciados).
Texto de Alfonso Aguiló. Educar el carácter. Ediciones Palabra. Pág. 178-181.