En un libro se contaba este hecho histórico:
«Había una cantante de ópera que había tenido muchos triunfos y le habían aplaudido en las principales ciudades del mundo. Pero un día comenzó a perder la voz y a sentir molestias en la garganta. Los médicos le descubrieron un mal incurable que podría acabar con su vida. Para evitarlo necesitaba operarse urgentemente. Le dijeron: Ya no podrá usted cantar y ni siquiera hablar jamás. El día convenido, momentos antes de la operación, le dijeron si quería decir algo. Ella respondió con una sonrisa: Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. Fueron las últimas palabras que pronunció».
Es una anécdota conmovedora y ejemplar. El segundo mandamiento de la Ley de Dios nos manda precisamente honrar el nombre de Dios.