¿Sabías que los jóvenes sois muy imprudentes? Te lo digo yo, tu Ordenador. Pero quiero decírtelo con prudencia. No es mi intención molestarte sino invitarte a que examines si tengo razón, para que obres luego en consecuencia. Mis razones para afirmar esto me las brindáis vosotros, al observar que sois impetuosos, irreflexivos, inconscientes, atolondrados, extremistas, espontáneos, inconstantes, precipitados. ¿Admites todo esto? No me digas que no.
Luego entonces, una persona que actúa bajo estos impulsos, normalmente debe cometer muchas imprudencias.
Con esto, no pretendo limitar en lo más mínimo el derecho que tienes a ser joven. Mi deseo es ayudarte a que, a pesar de tu juventud, seas prudente, a que llegues a ser una persona equilibrada entre los extremos.
Digo «entre los extremos», porque toda virtud tiene un justo medio entre no llegar o pasarse. Si no se llega a ese punto preciso o si se pasa de la raya, la virtud deja de ser virtud. Y a esto, precisamente, va la prudencia, a mantenerse en el justo medio. Con razón la han llamado «el regulador de las demás virtudes».
¿Intentamos ver qué es eso de ser prudente?
Persona prudente es aquella que, en su trabajo y en las relaciones con los demás, se informa, desde criterios rectos y verdaderos, de lo que hay que hacer; pondera, antes de tomar una decisión, las consecuencias favorables y desfavorables para él y para los demás, y luego actúa o deja de actuar, de acuerdo con lo decidido.
Prudente es aquel que antes de hacer algo, teniendo en cuenta unos criterios rectos y verdaderos, mide las consecuencias que se pueden seguir, y luego decide actuar o abstenerse; actuar de un modo u otro.