Nuestro Señor Jesucristo nos dirige una seria amonestación: Quien persevere hasta el final, éste se salvará (San Mateo, X, 22). Esta frase encierra una gran verdad, no sólo con relación a la vida eterna, sino aun en lo que toca a los éxitos terrenos. Por falta de perseverancia se viene a tierra muchas veces en el último momento el resultado de largos trabajos. No hacía falta más que la perseverancia de una sola hora de un solo día… ¡pero hacía falta!
El piloto renombrado Chávez fue el primero que pasó el Simplón; pero llegó con los miembros rotos. Hubo que luchar con una tempestad furiosa y fría como el hielo, con huracanes y remolinos espantosos de aire, y triunfó. Ya tiene a su vista el blanco. Ya ve la ingente muchedumbre que le saluda, que le hace señales. Pero entonces, ¡ay!, le abandona la perseverancia, no sabe aguardar cinco minutos más, y en vez de aterrizar suavemente, lo hace con precipitación. El aparato se desploma y se mata Chávez… ¡Si hubiese perseverado cinco minutos más!
Obras prudentemente si te preparas en todo algo más de lo que te prescribe el deber. Si quieres dar un paseo de tres horas, prepárate para cuatro; y si quieres estudiar dos horas, reconcentra toda tu voluntad para un estudio de dos horas y media; de esta suerte siempre te quedará en reserva un poco de fuerza.