Para la formación del carácter no basta la privación, ni la perseverancia; junto a ellas es menester un vigor valiente, una voluntad decidida: ¡Trabaja,! ¡Estudia! A los valientes la suerte los ayuda.
Hay jóvenes a los quienes no les es difícil ni la abnegación ni la perseverancia, pero rehuyen el trabajo en que se necesita vigor. No hacen bien. No damos el calificativo de «joven de carácter» al muchacho que se sienta cabizbajo en un rincón, y no hemos de entender por abnegación la comodidad, ni por vida cristiana el descanso, la tranquilidad inactiva, sino el movimiento, la acción, ya que la misma felicidad de los cielos la llamamos «vida eterna». Nuestra religión, además de tener preceptos que dicen «lo que no has de hacer, tiene en abundancia otros que te prescriben «lo que has de hacer». Por lo tanto, ¡trabaja!, ¡estudia!, ¡obra! ¡acomete!
Dicen que la fatalidad tiene puños de hierro que pueden caer sobre cualquiera. ¡Qué más da! Tú, en cambio, tienes alma, y por eso puedes disponer de más perseverancia, resistencia, elasticidad que todo el mundo material. «Pon la mano si deseas alcanzar algo», dice el refrán.