Las pequeñeces tienen un poder enorme en la vida normal. Napoleón tenía un talento soberano y habría podido servir muchísimo a la humanidad. Pero le hizo tropezar, y causó su gran perdición, un solo defecto: su vanidad sin medida.
La perdición de muchos jóvenes empieza por pequeñeces, inocentes al parecer. Con no cumplir alguna que otra regla de la disciplina escolar, excusar con pequeñas mentiras la pereza, pasar algún rato con malas compañías y sin hacer nada, todas esas cosas no son en fin de cuentas tan importantes. Pero de las acciones repetidas con frecuencia se forma el hábito: de acciones malas nace la mala costumbre; de las buenas, la buena. Al principio cuesta un poco rengar de los sanos principios delante de charlatanes, pero «¡Se está tan bien en medio de ellos!» Después en la tercera o cuarta ocasión, se hace ya más fácil, y hasta resulta más cómodo, ceder algo de los fueros de la conciencia.
Texto de Monseñor Dr. Tihamér Tóth. El joven de carácter. Sociedad de Educación «Atenas», S.A.