Pero, ¡ay!, desde hace 7 años he probado todas las desgracias, todos los pesares, hasta la desesperación…
He conocido sucesivamente a tres jóvenes, obreros como yo, que parecían buenos muchachos. A cada uno sucesivamente le hablé de matrimonio, ya que pretendían amarme; pero tanto el uno como el otro, todos lo dejaban para más tarde, diciendo que el matrimonio: “¡era para los burgueses y que para ser dichosos no había necesidad de ver al juez ni al cura”!
A los 19 años cedí por primera vez con la esperanza de que mi amante se decidiera a casarse conmigo. ¡Qué ilusiones me hacía! Hemos vivido juntos dos años; después, por desgracia, llegó el tiempo de la milicia… Sus primeros permisos de 24 horas fueron para mí, pero en el permiso especial de Año Nuevo fui reemplazada por una joven de la ciudad de guarnición…
Algunos meses más tarde frecuenté el trato de un empleado de la Compañía de Autobuses. Aún no había pasado un año, cuando me dejó, diciéndome que nunca tenía una querida más de un año… Sin embargo, yo le quería con abnegación.
Mi tercer amigo, durante dos años, me ha prometido también cada mes el matrimonio, y cada mes ha encontrado un pretexto para retrasar esta ‘formalidad’.
Quedé encinta de este último. Estaba muy contenta porque esperaba que esta vez se casaría conmigo… Todavía oigo sus exclamaciones: “¡A, no; ni hablar!, tenemos que hacerlo desaparecer rápidamente”; y contra mi voluntad me hizo ponerme aquella tarde una inyección con un ingrediente brutal, que no dio resultado, sin embargo.