
Al día siguiente estaba allí de nuevo Juan y dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Los dos discípulos, al oírle hablar así, siguieron a Jesús. Se volvió Jesús y, viendo que le seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis? Ellos dijeron: Rabbí (que significa Maestro), ¿dónde vives? Les respondió: Venid y veréis. Fueron y vieron dónde vivía, y permanecieron aquel día con él. Era alrededor de la hora décima.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y siguieron a Jesús. Encontró primero a su hermano Simón y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que significa el Cristo). Y lo llevó a Jesús. Mirándolo Jesús le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Piedra).
Al día siguiente determinó encaminarse hacia Galilea y encontró a Felipe. Y le dijo Jesús: Sígueme. Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Encontró Felipe a Natanael que venía y dijo: He aquí un verdadedo israelita en quien no hay doblez. Le contestó Natanael: ¿De qué me conoces? Respondió Jesús: y le dijo: Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas bajo la higuera, yo te vi. Respondió Natanael: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Contestó Jesús: ¿porque te he dicho que te vi bajo la higuera crees? Cosas mayores verás. Y añadió: En verdad, en verdad os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar en torno al Hijo del Hombre. (Juan 1, 35-51)
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A veces Dios dirige una llamada directa y personal que remueve interiormente las almas y les invita a su seguimiento; otras veces, como en este caso, quiere servirse de alguien que está a nuestro lado, que nos conoce y nos sitúa frente a Cristo.
(Pintura: La vocación de Mateo. REYMERSWAELLE, Marinus van. Museo de Ghent)